Resolvió utilizar para la comunicación política los datos personales que se archivan en la Anses justo cuando discutía con Tinelli sobre si fue el Gobierno -o no- el que impulsó un masiva crítica de tuiteros al conductor televisivo. El caso de la Anses es, sin duda, mucho más serio que la discusión con Tinelli, que éste usa con buenos réditos para su instalación mediática. La resolución que dispuso la captación de todos los datos personales de los argentinos que aportan al sistema previsional (y de los que cobran) debería precisar para qué serán útiles en otros organismos del Estado. Esa información no es propiedad del Estado, sino de cada uno de los argentinos que están inscriptos en la Anses para un fin específico.

La medida es, tal vez, consecuencia de la desmedida devoción del gobierno macrista por las redes sociales. Y esas redes son muy importantes en el mundo de hoy -qué duda cabe-, pero los macristas todavía no aprendieron a matizarlas. ¿Qué sería de la comunicación del Gobierno si los grandes medios (diarios respetados, televisión y radios) no reprodujeran las cosas que el oficialismo dice en Twitter o en Facebook? En ese caso, ¿la comunicación no se reduciría a un intercambio entre comunidades virtuales, muchos de cuyos integrantes no sabrían si las noticias son ciertas o no? ¿No quedarían, acaso, millones de argentinos fuera de la información elemental que produce el Gobierno? Todo sería peor si, además, la administración usara los datos personales que almacena de los argentinos para hacer publicidad política.

Vale la pena consignar dos ejemplos sobre el peso tan valioso como relativo de las redes sociales. Cuando Julian Assange, un activista cibernético, creó WikiLeaks para difundir documentos oficiales sustraídos de cuentas del gobierno de los Estados Unidos, decidió que su publicación inicial se haría en cinco publicaciones de las más respetadas del mundo. Así, estableció un acuerdo con el francés Le Monde, con el español El País, con el alemán Der Spiegel, con el norteamericano The New York Times y con el británico The Guardian. Assange sabía que sin el respaldo de publicaciones serias su investigación tendría mucho menos repercusión.

Hace pocos días, en Alemania, durante el criminal atentado en Munich, tuiteros desconocidos le enviaron información a la policía sobre otros presuntos atentados que estaban ocurriendo en ese mismo momento. La información no era cierta. En este caso, las redes sociales sirvieron para distraer la atención de las fuerzas de seguridad en medio de un acto criminal. La policía alemana se lamentó luego de que las redes sociales, que le sirven en muchos casos para conocer actos delictivos o para identificar criminales, hayan sido usadas de la peor manera.

Esa doble faz de las redes sociales (su contribución a la rápida difusión de una información, por un lado, y su uso también rápido para diseminar cosas falsas, por el otro) es lo que hace más preocupante la decisión del Gobierno de contar con los datos personales de los argentinos para la comunicación política. Cualquiera que conozca al presidente Macri sabe que él no usaría las redes sociales con fines perversos, pero no será él quien manejará personalmente el sistema que se pondrá en funcionamiento. Y un equipo de personas está siempre integrado por buenas y por malas personas.

Con todo, hay que volver al principio: ni el Gobierno ni el Estado son dueños de esos datos en poder de la Anses; es cada argentino el propietario de toda la información que existe sobre su persona. Por lo tanto, es también cada argentino el que debe resolver si traslada sus datos al Gobierno para otra cosa que no sea el fin específico o si prefiere sustraerlos del uso político.

La decisión cometió, en efecto, el error de la imprudencia. ¿Para qué crearle un nuevo capítulo a la discusión ya inservible con Tinelli? Tinelli es, además de un conductor televisivo, un protagonista de la política porque a él le gusta ese protagonismo. Su condición de ofendido en los últimos días porque 30.000 tuiteros lo criticaron por las sátiras sobre el Presidente es el mejor certificado de que vivió sin problemas durante los últimos doce años.

Opositores al kirchnerismo y periodistas críticos del gobierno anterior no sólo fueron (fuimos) permanentemente hostigados por tuiteros kirchneristas perfectamente pagados para hacerlo; también fueron (fuimos) víctimas de campañas difamatorias que abarcaron las redes sociales, la prensa escrita, la televisión y la radio. Eso ocurrió durante más de una década, no sólo durante un día o una semana de desvaríos tuiteros, como le sucedió a Tinelli.

Es más que obvio que Tinelli se llevó muy bien con el gobierno anterior. De hecho, el candidato del kirchnerismo a presidente de la Nación, Daniel Scioli, cerró su campaña en el programa de Tinelli, al que no tuvo acceso, el último día antes de la veda electoral, ninguno de los otros dos candidatos importantes, el propio Macri y Sergio Massa. A Scioli no le fue tan bien en la primera vuelta (perdió definitivamente la provincia de Buenos Aires) y le fue peor en la segunda ronda. Podría concluirse que es muy relativa la importancia política del programa de Tinelli y que es éste quien más alardea, con el correcto manejo que tiene del sistema mediático, de su trascendencia.

Nadie en la política olvida lo que sucedió durante el velatorio de Néstor Kirchner. Ni la Corte Suprema de Justicia en pleno, ni la conducción nacional del radicalismo (entonces el principal partido de la oposición), ni Macri (jefe del gobierno de la Capital en aquel momento) pudieron acercarse a Cristina Kirchner para darle el pésame. En cambio, Tinelli ingresó por un acceso reservado a una estricta lista de privilegiados y se abrazó durante varios minutos con la entonces presidenta de la Nación. Paralelamente, Tinelli comenzaba las negociaciones con Cristóbal López, uno de los dos empresarios más cercanos al kirchnerismo, para convertirse en socio suyo. Cualquiera cuenta con el derecho a tener un socio, pero algunos pueden decir que no a ciertos socios. Tinelli es uno de los que pueden elegir a sus socios. Lo eligió a Cristóbal López.

La sátira requiere, además, de la condición de que no haya intereses personales en juego. Los segmentos más ácidos contra Macri en el programa de Tinelli sucedieron cuando éste se notificó de que no tendrá la conducción de la AFA, que era su proyecto más preciado. El Gobierno dijo que fueron los clubes los que no querían a Tinelli. Puede ser cierto; si lo hubieran querido, nadie habría podido vetarlo.

Es innegable, por otro lado, que quien resultó interventor de la AFA, Armando Pérez, era el dirigente del fútbol que Macri mejor consideraba para conducir la transición en esa asociación en crisis. En rigor, la AFA tenía como candidatos a dos personajes complicados para los intereses de Macri: Tinelli y Hugo Moyano. Los dos están ofendidos con el Presidente. Uno promete hacerle un paro general durante agosto; el otro lo satiriza de la manera que más erosiona políticamente a Macri en estos momentos. Es el arma que mejor maneja Tinelli. A diferencia de Menem y de Néstor y Cristina Kirchner, Tinelli lo está satirizando a Macri por el costado que más podría debilitarlo como presidente.

Seguramente, Macri y Tinelli acordarán hoy una tregua. Viejo admirador de la serie danesa Borgen, el Presidente sabe que ningún político puede darse todos los gustos en vida. Oportuna lección para su gobierno: la disputa de los últimos días la entabló con el conductor de un programa de clásico formato en la vieja televisión de aire, no en Twitter ni en Facebook. Macri podría conseguir cierta morigeración al efecto destructivo de la sátira tinelliana. Tinelli ya logró lo que quería: colocarse, otra vez, como protagonista en el principal escenario de la política.