Reutemann es sólidamente de derecha. Duhalde es un productivista, un desarrollista de esta época, a quien no le interesan en lo más mínimo las batallas culturales. Macri, más joven, es de derecha por instinto; en su visión del mundo no hay derecha ni izquierda y desconfía de las ideas que, para él, son "ideologías". Los radicales tienen de cada pueblo un paisano: Raúl Alfonsín deseó inscribirse en un horizonte socialdemócrata y experimentar formas ampliadas de la democracia representativa (hay que volver a leer el discurso de Parque Norte). De la Rúa era un hombre de espíritu conservador, como Julio Cobos, que, irónico destino de un conservador, estuvo a punto de fracturar el viejo partido pasándose al kirchnerismo, con el que tenía muy pocas afinidades de estilo, excepto las que derivaban de su ambición. Hoy Ricardo Alfonsín quiere recoger la herencia ideológica progresista que su padre debió abandonar entre crisis económicas e insurrecciones militares. Menem fue un reaccionario, tanto como fue el audaz incondicional que el liberalismo económico tuvo a su servicio en la década del noventa.

O sea que los hombres que han tenido poder o que aspiran a alcanzarlo no parecen haber sido tocados por la fantasía progresista, excepto en el caso temprano de Raúl Alfonsín. Y, por supuesto, del Frente Grande y el Frepaso, cuyos dos dirigentes más conocidos fueron Carlos Alvarez y Graciela Fernández Meijide, después del alejamiento de Fernando Solanas y la muerte de Carlos Auyero. De los políticos actuales que forman en la primera línea, Elisa Carrió representó durante años un republicanismo democrático de tono progresista, pero se concentró luego en un diagnóstico que coloca la salvación de las instituciones antes que los debates del progresismo. En Santa Fe, el intendente de Rosario y el gobernador de la provincia son miembros de un Partido Socialista que se enorgullece por sus resultados de gestión, pero que no se propuso abrir un debate nacional sobre la izquierda y el progresismo. O sea que, si hablamos de izquierda, en tal lugar del espectro se identifican los pequeños partidos de origen trotskista y las organizaciones sociales no peronistas, sectores de la CTA y Proyecto Sur. Salvo ellos, casi ningún político dice hoy: "Soy un hombre de izquierda".

Los historiadores han afirmado muchas veces que Perón refundó de tal modo las identidades políticas que la división clásica entre derecha e izquierda perdió su sentido europeo o el que tiene en Chile y Uruguay. Otros agregan que, mucho antes, la Unión Cívica Radical había provocado esa dilución. El peronismo, muy notablemente, reclutó intelectuales que venían de la izquierda tradicional, del trotskismo y de la derecha nacionalista; los sometió a un batido ideológico manifiesto en los debates de los años sesenta y setenta del siglo XX. Entre las cosas que Kirchner trajo como novedad, figura la de haber reanimado la conciencia de que algo políticamente valioso se juega en la definición de progresista.

Mientras tanto, hubo cambios en las teorías sobre la política. El decisionismo, es decir, la capacidad de definir un conflicto en términos de amigo y enemigo y de zanjarlo, de colocarse fuera de la ley para establecer la ley, salió del reducto filosófico de los interesados en Carl Schmitt para convertirse en un instrumento de interpretación de lo político de la manera más extensiva (y abusiva). A Kirchner se le atribuyó esa capacidad decisionista de creación vertical, de arriba hacia abajo, de lo político. Carl Schmitt fue leído en Europa y en la Argentina no como un pensador de la derecha, sino como brecha para renovar el pensamiento de la izquierda atascada en el parlamentarismo y el reformismo. Circula el rumor de que Chantal Mouffe, que ha desarrollado perspectivas tomadas de Schmitt, es texto de cabecera de la Presidenta. Debe de ser muy de cabecera, porque a la Presidenta no se le nota en su discurso, aunque sí en la ininterrumpida práctica de su marido.

Por otra parte, el grupo de intelectuales de Carta Abierta expuso, a partir del conflicto con el campo, tres argumentos que le dan atractivo a la idea progresista. El primero es el latinoamericanismo. Todas sus intervenciones (hasta ahora son siete Cartas) mencionan a América latina como el espacio donde se inscribe la gesta política del kirchnerismo; y dentro de América latina, en primer lugar los países con gobiernos antiimperialistas espectaculares, pero también gobiernos progresistas como el que tuvo Chile y tiene Brasil. No es poca cosa subrayar que se pertenece a un continente en marcha, sobre todo si se lo define como escena histórica y no sólo como mercado. Recupera viejos discursos desactivados: los de la Reforma Universitaria, los del espiritualismo antinorteamericano, los de socialistas como Manuel Ugarte y Alfredo Palacios, los del antiimperialismo revolucionario. Activa temas como la identidad cultural asentada en una geografía histórica, de los que se creía, en los años noventa, que ya estaban definitivamente enterrados.

El segundo argumento consiste en reemplazar la forma en que se denomina a los sujetos para quienes, y en representación de quienes, se hace política. Sabemos (porque lo repiten los politólogos) que esas representaciones están completamente carcomidas. Sin embargo, hay que llamar a los votantes de algún modo. La derecha y el centro los llaman "la gente". Los intelectuales de Carta Abierta los llaman "el pueblo". No están diciendo lo mismo, porque cuando se habla de Pueblo todavía se quiere decir que ese Sujeto se enfrenta con otro (la oligarquía, los ricos, los destituyentes) y no simplemente con delincuentes que atentan contra su seguridad o narcos que les venden droga a sus chicos. El Pueblo es una categoría política; "la gente" es una categoría electoral, un agregado de individuos encuestables. Al Pueblo se puede pertenecer por afiliación, por simpatía ideológica, por solidaridad. A "la gente" se pertenece por default: se está allí.

El tercer argumento, en realidad, es una argucia. Consiste en pasar por alto lo que se le critica al Gobierno, sin examinar las razones de esas críticas, salvo cuando se las atribuye a intereses económicos encubiertos. Para Carta Abierta, todo lo que hace falta es que el Gobierno explique con mejores razones y, en algunos casos, "profundice" sus medidas. ¿Explicar mejor a De Vido, motor eficiente de la "caja" presidencial, por ejemplo? ¿Profundizar la intervención de Moreno en todas partes? ¿Enfatizar el uso de los dineros del presupuesto nacional y de los medios de comunicación estatales como si fueran de un partido o de un grupo? ¿Dejar, por incuria y desdén, que el Riachuelo siga pudriéndose? ¿Mandarles más plata al Chaco y menos a Santa Fe? ¿Explicar mejor una política vengativa con los gobernadores que no se subordinan? ¿Explicar con altas razones por qué los intendentes del Gran Buenos Aires dejaron de ser despreciables y son ahora pilares del Frente para al Victoria?

Si estas preguntas se ponen entre paréntesis, los actos de Kirchner quedan inscriptos en el progresismo, sin que sea necesario analizarlos en detalle ni considerar intervenciones difíciles de alentar como progresistas. Es una victoria discursiva.

De todos modos, el debate sobre quién es progresista y quién no interesa sólo a un sector de las clases medias, urbanas, escolarizadas, con tiempo de ocio y sin las urgencias de la pobreza. No es una caracterización despectiva. De esas capas medias han salido políticos, académicos, científicos, artistas, todo lo que hace a la densidad de la cultura argentina. Fracciones de esas capas medias son progresistas y, sobre todo, modernas. Además, les está yendo bien en términos económicos, son subsidiadas en sus consumos de energía y combustible, han firmado buenos convenios colectivos. A esa relativa bonanza (impensable en 2001) se une entonces la voluntad de identificarse con algo que no repita la banalidad o la inseguridad de thriller que trae el noticiero de la media noche.

No deciden una elección. Pero se hacen escuchar en todas las nuevas formas del ágora; son hábiles en la política digital. Y, como le gusta recordar a un amigo mío, prefieren pasar por alto que los menemistas Scioli y Pichetto son hoy mariscales de Néstor. De todas formas, dicen por lo bajo, en el peronismo hubo siempre gente impresentable y lo importante es si sabe hacer bien su trabajo, sea el que sea.

La autora es ensayista, crítica literaria y docente universitaria