En la guerra contra el Brasil, dos grandes batallas se dieron en el segundo mes del año 1827: el 8 y 9 tuvo lugar el combate naval de Juncal, la más grande victoria del almirante Guillermo Brown contra la poderosa flota imperial; y el 20 el ejército argentino, llamado así por primera vez en la historia, bajo el mando del general Carlos de Alvear derrotó al enemigo en las orillas del río Santa María en la batalla de Ituzaingó. En el largo período de las guerras civiles aparecen las batallas de Cepeda el 1° de febrero de 1820, una avanzada de la Liga de los Pueblos Libres sobre Buenos Aires que culminó con la derrota del director supremo, el general José Rondeau y la posterior disolución del gobierno central; y el combate de Los Palmares, ocurrido el 5 de febrero de 1821 entre las tropas tucumanas del general Bernabé Aráoz y las santiagueñas al mando del general Juan Felipe Ibarra, donde los hijos de la "madre de ciudades" vencieron y lograron luego la autonomía provincial. Estos dos episodios bélicos concluyeron con la firma del Tratado del Pilar y del Tratado de Vinará, ordenando jurídicamente lo resuelto en el campo de batalla.

Pero sin duda lo ocurrido el 3 de febrero de 1852 tiene una dimensión política superior por la sanción de la Constitución de 1853. Fue el preludio de la organización nacional a través del entre federales y unitarios, dando fin a la guerra civil de un cuarto de siglo iniciada con el fusilamiento del gobernador porteño Manuel Dorrego el 13 de diciembre de 1828. Merece hacerse hincapié en el hecho de que fueron dos facciones del partido federal las que se enfrentaron ese cálido día: junto al gobernador porteño Juan Manuel de Rosas se encontraban los federales apostólicos, que aspiraban a perpetuar el sistema de caudillos, y del lado del gobernador entrerriano Justo José de Urquiza los federales dogmáticos, herederos de Dorrego que propugnaban la sanción de una constitución. 

La historiografía liberal, cuyos mayores representantes fueron en el siglo XIX Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López, estableció a la batalla de Caseros como la continuidad histórica del proceso iniciado en la Revolución de 1810, continuado con la Independencia de 1816 y terminado con la Constitución Federal de 1853. Se la llamó como la Línea Mayo – Caseros, que fue sin embargo criticada por el revisionismo histórico entre las décadas de 1920 y 1950. Vamos hoy a compartir algunas anécdotas de aquella gigantesca batalla que merecen ser recordadas.     

El campo de batalla donde se enfrentaron el Ejército de Buenos Aires y el Ejército Grande, comandados por Rosas y Urquiza respectivamente, está ubicado al noroeste de la ciudad de Buenos Aires y hoy está ocupado por la I Brigada Aérea de El Palomar y el Colegio Militar de la Nación. Dentro de este instituto castrense se encuentran dos testigos materiales de la batalla ocurrida hace ya 172 años: la casona de Diego Caseros y el palomar de la chacra, ambos monumentos históricos nacionales. En su tiempo fue conocida como batalla del Monte Caseros, por el propietario de las tierras donde se combatió. Incluso en homenaje al episodio se fundó un pueblo en Corrientes. Sin embargo el relato histórico la convirtió en la batalla de Caseros, a secas.

Es la batalla más grande de la historia argentina en función de la cantidad de soldados: 28.000 bajo el mando de Urquiza y 23.000 bajo el de Rosas. Para entender la magnitud del enfrentamiento, estuvieron en Caseros el 3 % de la población argentina de entonces. Es como si hoy se presentaran a una batalla un millón y medio de efectivos. Pelearon jefes militares de la guerra de la Independencia, decenas de oficiales federales de las distintas provincias, pero la gran polémica está dada por la presencia de tres mil brasileños y mil quinientos orientales que se sumaron al Ejército Grande. 

El pronunciamiento

Luego de una convivencia de más de una década como gobernadores de Buenos Aires y Entre Ríos, Urquiza decide romper su alianza con Rosas. El 1° de mayo de 1851 en la plaza central de Concepción del Uruguay Urquiza proclamó el Pronunciamiento. Dice el texto de ese documento liminar: "Que es la voluntad del pueblo entrerriano reasumir el ejercicio de las facultades inherentes a su territorial soberanía delegadas (hasta hoy) en la persona del excelentísimo señor gobernador y capitán general de Buenos Aires… una vez manifestada así la libre voluntad de la provincia de Entre Ríos, queda ésta en actitud de entenderse directamente con los demás gobiernos del mundo, hasta tanto que congregada la Asamblea Nacional de las demás provincias hermanas, sea definitivamente constituida la república".

Urquiza ordenó suprimir el lema "Mueran los salvajes unitarios" y reemplazarlo por el nuevo "Mueran los enemigos de la Organización Nacional". También ordenó convocar al ejército provincial en el Campamento Calá, muy cerca del pueblo de Rocamora, en el centro de Entre Ríos. El gobernador de Corrientes Benjamín Virasoro adhirió al Pronunciamiento y envió sus tropas para que pelearan bajo las órdenes de Urquiza. El entrerriano a su vez negoció con los gobiernos del Brasil y del Uruguay, forjando una alianza que comenzó con la expedición al territorio oriental que hizo caer el sitio de Montevideo que llevaba ya nueve años. Las cosas empezaban a cambiar y Rosas resistía cualquier negociación.

El cruce del río, el jefe leal y la decisión fatal

El campamento de Urquiza completó una dotación de 15.000 hombres que se pusieron en marcha para avanzar sobre Buenos Aires, en la previsión de que el ejército porteño iba a avanzar hacia la frontera con Santa Fe. En el Diamante comenzaron los jinetes a cruzar el río Paraná montando sus fletes el 23 de diciembre de 1851, concluyendo la operación el 6 de enero de 1852. Luego miles de hombres de las provincias interiores se sumaron al Ejército Grande, convirtiéndolo en el más numeroso del siglo XIX en el territorio argentino.

El general Ángel Pacheco, veterano del combate de San Lorenzo en 1813, era el jefe militar predilecto de Rosas. Sin embargo, Pacheco pidió entrevistar al gobernador para notificarle de su voluntad de renunciar a la comandancia del ejército porteño. El disgusto del Restaurador fue mayúsculo y llegó a acusar a su viejo amigo de traidor. Indignado, Pacheco retrucó con una frase que se ha convertido en clásica a lo largo de la historia: "El que avisa no traiciona". 

Rosas decidió encabezar él mismo sus tropas y se puso en marcha hacia el este del camino real acampando en los pagos de Caseros, tomando posesión del caserón donde estableció su cuartel general, y usando como puesto de vigilancia el viejo palomar, el más grande de toda la provincia, que cobijaba miles de palomas, que se usaban para acompañar la polenta, surgiendo de allí el dicho: "polenta con pajaritos".

Las cuatro banderas de Urquiza y el comandante que no dejó de disparar

El Ejército Grande se presentó a pelear en Caseros con las banderas de los cuatro estados aliados: Entre Ríos, Corrientes, Brasil y Uruguay, a las que agregó la bandera creada por Belgrano, derogada por Rosas y reemplazada por la bandera de la Confederación Argentina, compuesta por dos franjas horizontales azules y una blanca con gorros frigios en los cuatro vértices y un sol rojo en el centro. La polémica por las banderas extranjeras en Caseros sigue hasta hoy y es un tema controvertido, a tal punto que en muchas expresiones artísticas de Caseros suele omitirse ese detalle. 

La conflagración duró sólo seis horas desde las 9 de la mañana del martes 3 de febrero de 1852 hasta las tres de la tarde, y a pesar de la cantidad de combatientes los muertos no llegaron al millar. Rosas abandonó por la tarde el campo de batalla, firmó su renuncia, se dirigió a la casa del embajador británico y al día siguiente se embarcó hacia su exilio definitivo en Gran Bretaña.

El coronel de artillería Martiniano Chilavert, un porteño que había regresado al país con José de San Martín y Carlos de Alvear en 1812, fue un consecuente unitario durante los largos tiempos de Rosas. Pero cuando se organiza el Ejército Grande en Entre Ríos, consideró que la alianza de Urquiza con orientales y brasileños era una traición, y por eso se enroló bajo las órdenes del Restaurador en los días previos a Caseros. Fue jefe de artillería y disparó durante toda la batalla, y a pesar de la rendición porteña siguió haciéndolo.

Finalmente Chilavert fue capturado mientras permanecía calmo y fumando al frente de sus cañones. Fue llevado ante Urquiza, con quien discutió agriamente sobre quien de los dos era el verdadero traidor. El jefe victorioso ordenó fusilar al artillero por la espalda, como signo de esa traición pero Chilavert se resistió pidiendo que lo ejecutaran a cara descubierta y de frente al pelotón. Finalmente fue ultimado a bayonetazos y culatazos, quedando su cadáver insepulto varios días, hasta que fue llevado al cementerio de la Recoleta.

El parte de batalla

El encargado de los boletines del Ejército Grande era Domingo Faustino Sarmiento, quien convenció a Urquiza de llevar una imprenta durante la campaña. Terminada la lucha, Sarmiento cabalgó hacia Buenos Aires, entró en el viejo caserón de Palermo de San Benito desde donde Rosas había gobernado y en su escritorio redactó el parte de la batalla. 

Fuente: El Lliberal