Hace pocas semanas argumenté en este espacio que la bioeconomía nos podría servir como una utopía común para darle un sentido trascendente al inevitable ajuste que los argentinos tenemos que enfrentar. Hoy quiero ir un poco mas allá y profundizar sobre la idea de cómo la bioeconomía nos podría servir para salir de esa suerte de “equilibrio de fondo de pozo” en el que parece que hemos caído.

Pobreza, desequilibrios regionales, falta de competitividad industrial y la casi permanente amenaza de crisis de distinto origen son los descriptores más comunes de nuestra realidad. La realidad de una economía articulada desde la idea de “vivir con lo nuestro”, orientada al mercado interno y movilizada principalmente por el consumo, ya sea público o privado. Un modelo ya inviable, como lo resalta el hecho del ajuste que debemos enfrentar.

En mi nota anterior propuse que la bioeconomía puede ofrecernos una utopía que le dé sentido al sacrificio que cada uno puede aportar. El tema aquí es que para que esto funcione es indispensable repensar la economía con la inversión sustituyendo al consumo como motor del desarrollo. Los desafíos que se enfrentan en términos de pobreza, empleo, energía, infraestructura, etc.; y el triste hecho de que tenemos evidencias concretas que el mundo no está dispuesto a continuar financiando nuestro comportamiento actual, hacen imprescindible que así sea.

En este marco también hay que repensar la inserción en el mundo y dejar de ver la exportación como competitiva del consumo interno para verla como un complemento virtuoso que permita mejores niveles de vida para toda la sociedad.

Si lo que viene es inversión y orientación hacia fuera, reaparece la discusión del modelo de desarrollo: el hacia dónde ir, o sea que debe guiar las decisiones de inversión y el cómo la economía argentina se re-inserta en el mundo. Aquí está el papel de la bioeconomía como parte de la nueva utopía, frente a la permanente amenaza de volver a cometer el error de intentar reproducir un perfil industrial que ya fracasó y que, muy probablemente, volverá a fracasar.

Mas allá de lo que puedan ser algunos “ruidos” de corto plazo en los mercados internacionales, los desafíos de lo que viene permiten replantear la estrategia de “vivir con lo nuestro”, sin demasiados riesgos –el fracaso de las ideas que la nutren debería, a estas alturas, ser evidente.

En un contexto donde las demandas globales y los avances en la ciencia y la tecnología, convergen para proponer a la industrialización de lo biológico –la bioeconomía– como un camino no solo posible, sino indispensable para poder hacer frente a las demandas de seguridad alimentaria, reducción de pobreza y cambio climático, la Argentina tiene una gran nueva oportunidad.

El mundo necesita alimentos y nuevas opciones al uso de los recursos fósiles, y no hay duda de que nosotros podemos contribuir mucho más de lo que hoy contribuimos y al mismo tiempo integrar mejor nuestro territorio y crear los empleos que hacen falta para derrotar a la pobreza. La base para hacerlo es una industria que apunta a crear valor a partir de los recursos naturales y aprovecha la escala de nuestra riqueza natural como plataforma para proyectarse al mundo.

Pensar en términos de bioeconomía es replantear la distribución territorial de la actividad económica y cambiar las condiciones que desencadenaron la dinámica social que llevó a la situación actual.

El problema que debemos superar no está en la idea filosófica de “vivir con lo nuestro”; es difícil argumentar contra las ideas de austeridad, independencia –y por qué no, cierto nacionalismo– que uno asocia con esos conceptos. El problema a revertir es que nos equivocamos en la industria que elegimos impulsar.

La bioeconomía nos ofrece el criterio para definir el sendero de re-industrialización y la visión sobre qué portafolio de productos elegimos para insertamos en el mundo, en un sendero donde nuestro “saber hacer” y las demandas globales son convergentes: lo que queda es que una vez resueltas las urgencias actuales, la política encuentre el tiempo para discutir los criterios para reconstruir nuestro futuro.