La importancia de su protagonismo es ya más mediática que política. Pertenece a esa categoría de políticos que provocan una atención hipnótica, mucho mayor que la trascendencia real que tienen. En el mismo período, Mauricio Macri, su gran contrincante en el espacio público, deberá demostrar que el gradualismo de la economía es una receta eficaz. Hasta ahora, no pudo librar una batalla definitivamente ganadora contra la inflación. Acaba de aceptar de manera implícita que aspira a resultados más modestos para la economía de 2018. Aunque Federico Sturzenegger perdió su combate en nombre de la ortodoxia monetaria, lo cierto es que los anuncios del jueves pasado no resolverán ninguno de los problemas de fondo. El balance que Macri hace de su gestión es necesariamente político. Por eso, Cristina se ocupa tanto del juez Claudio Bonadio como de subrayar (a su manera, claro está) los defectos de la economía macrista. El duelo entre ellos será incesante hasta que la oposición no encuentre un líder más racional.

La importancia de Cristina no radica en la banca senatorial donde se sienta. Las cosas suceden al revés: su gravitación va desde afuera hacia adentro del Senado. En esa Cámara lidera un bloque muy módico de apenas ocho senadores. Quedó en evidencia el miércoles pasado cuando se sancionaron las leyes económicas cruciales de Macri. Sólo 15 senadores votaron en contra (siete de ellos no pertenecen al cristinismo) de un total de 72. Esa es la Cristina real, la mujer que acumuló poder como ningún otro presidente desde 1983 y que ahora es la jefa de una minoría insignificante en el Senado. Una parte de la política (y también del periodismo -por qué negarlo-) la eleva, sin embargo, hacia un protagonismo del que carece en la realidad.

Hace poco, en medio del fuego y el humo de la violencia por la reforma previsional, la Cámara Federal más prestigiosa (Martín Irurzun y Eduardo Farah) confirmó la decisión de Bonadio de pedirle al Senado el desafuero de Cristina para que sea sometida a prisión preventiva. Esa decisión pasó inadvertida, pero es la segunda instancia judicial que reclama que vaya presa cuanto antes. Fue en la causa por la firma del memorándum con Irán. La Cámara borró la acusación de traición a la patria (aunque abrió una puerta para que se reinstale en el juicio oral), pero dejó en pie una acusación gravísima: encubrimiento agravado a los autores de crímenes de lesa humanidad. Esa es la categoría judicial que tiene el devastador atentado a la AMIA, que provocó la muerte de 85 argentinos (86 si se suma la muerte de Alberto Nisman). Bonadio está a días de enviar esa causa a juicio oral.

No será el único juicio que la obligará a estar sentada frente a un tribunal en Comodoro Py. Los fueros de senadora sólo la protegen de la prisión, no de las incidencias de los procesos judiciales. Deberá asistir, declarar y observar los enjuiciamientos en su contra cada vez que los jueces la llamen. Bonadio ya envió a juicio oral el caso de la venta de dólar a futuro, por el que la procesó. El juez Julián Ercolini podría enviar también a juicio oral en las próximas semanas la causa por el despilfarro de dinero estatal en obras públicas que benefició a Lázaro Báez, socio de los Kirchner. Cristina está también procesada en ese expediente.

Báez, además, tiene otra causa por la denominada "ruta del dinero K", que se encuentra en manos del juez Sebastián Casanello quien, anteayer, decidió elevarla a juicio oral.

Es probable que aquel expediente de Báez termine en un megajuicio junto con los de lavado de dinero en las empresas Hotesur y Los Sauces, propiedad de la familia Kirchner. Era un círculo perfecto de corrupción: Báez cobraba dinero indebido del Estado por obras públicas que costaban menos (y que pocas veces terminó), mientras el dinero correspondiente a los Kirchner se lavaba en esas empresas de hoteles y edificios.

El miércoles, Cristina fanfarroneó en público cuando dijo que el Senado estaba en condiciones de tratar su desafuero, si contaba desde ya con los dos tercios necesarios. Nadie le siguió la corriente. De todos modos, no hay una doctrina del Senado que indique que sólo son desaforados los senadores con sentencia definitiva. A Menem nunca le pidieron el desafuero para apresarlo porque apeló las condenas, algunas firmes, pero no definitivas. Nunca pidieron para él una prisión preventiva, que sí la están reclamando para Cristina. El caso más relumbrante es el de Raúl Romero Feris, elegido senador en 2003, aunque nunca pudo asumir. La entonces senadora Kirchner pidió el rechazó de su incorporación por "inhabilidad moral". Estaba procesado sin condena definitiva. El caso podría repetirse ahora con ella.

El escenario que apareció el jueves en el Senado es paradójico: por un lado, la mayoría de los gobernadores peronistas comprometidos con la gobernabilidad (también con la de ellos) y, en la vereda de enfrente, Cristina Kirchner decidida a negarle a Macri hasta las cuestiones de Estado, como es el presupuesto. Miguel Pichetto habló de "hipocresía" porque la ex presidenta se olvidaba de los problemas de los gobernadores, incluidos los de su cuñada Alicia, que tiene a Santa Cruz en llamas. Quienes la escuchan aseguran que Cristina sueña con que la izquierda y los barrabravas bonaerenses (los mismos que protagonizaron los tumultos del lunes 18) acorten su tránsito por el desierto. No espera regresar al poder sobre los hombros de una revolución, sino aupada por una violencia callejera más lumpen que política.

El agresivo escándalo por la reforma previsional explica también la ratificación de Macri de su política gradualista. El Presidente cree que no tiene margen para aplicar una política más severa al desmesurado gasto público. Es cierto que Sturzenegger perdió ante el tridente formado por Marcos Peña; su vice, Mario Quintana, y el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne. Pero es igualmente veraz que el Banco Central no podía volverse a equivocar por siete puntos en sus previsiones de inflación. La meta de inflación de este año fue del 17% y rondará el 24. Ahora el Gobierno la elevó del 10% para 2018 al 15. Los economistas privados vienen anticipando desde hace rato que será superior al 16 por ciento. En las próximas dos semanas, cuando Sturzenegger fije las nuevas tasas, podrá verse el brazo torcido del Banco Central.

El problema más hondo está intacto. Lo constituyen los déficits gemelos (el fiscal y el externo), la inflación alta y la necesidad de más endeudamiento para pagar gastos corrientes. Macri se jugó con el sinceramiento de la economía cuando le dijeron que, tal como venían las cosas, las tasas del Banco Central comprometían el crecimiento del año próximo. Era, en rigor, una situación incoherente: el equipo económico (y el político, sobre todo) jugaba a mantener tasas de crecimiento del 3,5% anual, pero el Banco Central mantenía tasas de interés para desacelerar la economía. Macri cortó el nudo de esa contradicción cuando le dio la razón a Peña, como hace siempre. Peña piensa en 2019, cuando Macri se someterá a la reelección, no en la ortodoxia de la economía.

No obstante, la posibilidad de la reelección de Macri no podrá prescindir de dos componentes: el crecimiento de la economía y la inflación. Es improbable que dentro de dos años se lo juzgue por el contraste con Cristina. Para entonces, seguramente Cristina ya estará entre rejas y su gobierno será una nostalgia para algunos o un pésimo recuerdo para otros.