Más del 78% de la producción se industrializa localmente y el resto se exporta como grano. Mientras la harina y otros productos de alto valor tienen múltiples destinos, el aceite y el grano se concentran en pocos y fuertes países demandantes.

En los últimos cuatro años la superficie sojera creció apenas 4%, pero 20% en producción. Este crecimiento responde a los altos rendimientos por hectárea propiciados por condiciones climáticas favorables, la aplicación de la tecnología, el potencial genético de las variedades y la incorporación de biotecnología, principalmente en el norte del país. A nivel industrial privado se realizaron fuertes inversiones en plantas de proceso, puertos y depósitos. En contraposición, ya son 11 millones las toneladas de producción perdidas a raíz de las excesivas, inusuales y persistentes precipitaciones ocurridas en los dos últimos años.

Nos preocupa el cambio climático global, la falta de infraestructura de canalización y drenaje y el sistema productivo instalado en la última década. Todo esto genera una situación dramática que nos debe impulsar a encontrar herramientas que nos permitan mitigarla. Es una responsabilidad del Estado pero también del sector privado.

Valoramos el plan de obra pública puesto en marcha por el Gobierno que, aunque en poco tiempo estará presionado por los volúmenes a transportar, generará beneficios en la estructura productiva, y permitirá movilizar las cosechas y sus subproductos con menores costos y más eficientemente.

Las nuevas reglas de juego originadas por la quita de retenciones a los cultivos -a todos menos a la soja que continúa con el 30% en la mayor superficie- y de las trabas al comercio generaron un clima de negocios al que todos los sectores respondieron positivamente. Así, los sectores proveedores de tecnología e insumos ligados a los principales cultivos y la ganadería aumentaron las ventas y respondieron con fuertes inversiones impulsados por una mayor rentabilidad del productor. El complejo agroindustrial está preparado para un nuevo crecimiento de la producción, especialmente de soja.

Así las cosas, el complejo soja está recuperando la sustentabilidad gracias a una mayor diversificación de cultivos. En este escenario, la superficie de soja ha entrado en una caída previsible en las regiones centrales y en un estancamiento a nivel país. En tanto, el esperado crecimiento de la agricultura no se está dando.

Hoy la rentabilidad de los cultivos está en riesgo en campos alquilados, esquema básico del modelo productivo argentino. Los márgenes son muy sensibles al precio de la soja. Los costos directos han crecido en general y en particular aquellos ligados, por ejemplo, al control de malezas. La estructura impositiva es asfixiante. Si al precio de la soja de manera directa le descontamos el 30%, la situación es muy comprometida y más aún adonde el flete es la variable de ajuste, que determina si producimos o no.

La quita paulatina de las retenciones a la soja que comenzará en enero próximo le da a los mercados un panorama cierto y previsible. Pero se trata de una medida insuficiente en el corto plazo si se suman todas las variables en juego.

Es evidente que la soja es el principal y casi único aportante en el esquema de retenciones, y que el Estado necesita de esos recursos. Así lo entendió el sector. Pero entendemos que una quita inicial mayor al plan previsto, al final del día dará una respuesta favorable en la recaudación. Esperamos un diálogo constructivo con las autoridades para mejorar esta situación.

Hoy se nos presenta una gran oportunidad para agregar valor en todas las cadenas. Si tomamos una parte del volumen de harina de soja que exportamos -fuente proteica por excelencia- y lo sumamos a los volúmenes excedentes de maíz, estamos frente al desafío de aumentar la producción de carnes generando valor interno y fuentes de trabajo. Esto debería planificarse a nivel regional con el fin de desarrollar centros productivos de alto valor.

La demanda de aceite de soja a nivel mundial, principalmente de India, crecerá a pesar de que China lo hará en la demanda de harinas. En tanto, la producción de biodiesel nacional se ha puesto en jaque con las recientes medidas tomadas por los principales destinos de nuestras exportaciones.

En el mundo de los negocios agrícolas hoy están sucediendo grandes cambios que todavía no llegamos a dimensionar. Los cambios políticos, de apertura y cierre de mercados, ponen en juego las reglas del libre comercio. Las fusiones de empresas, reconversiones, países consumidores participando en la producción y originación del grano, dan un nuevo marco a las cadenas que obligan a que Estado y privados trabajen en forma conjunta.

En el horizonte, un panorama económico más auspicioso para la inversión debería generar nuevos proyectos de valor agregado que nos posicionen como proveedores de alimentos y productos industriales renovables en base a soja. Esto es lo que el país necesita.

El autor es presidente de Acsoja