Hay que entender la lógica de las próximas elecciones en la Argentina a la luz de lo que está sucediendo en el continente. Existe un ambicioso plan de fuga hacia adelante encabezado por Nicolás Maduro y los líderes del eje bolivariano extendido. El régimen venezolano, que hoy se muestra como un furioso animal herido de muerte, no parece tener porvenir. Si Maduro cayera derrotado en las elecciones que decidió reemplazar por una aberración jurídica, lo esperaría un futuro tras las rejas. Ningún líder quisiera verse reflejado en ese espejo. Van a defender el régimen a cualquier precio.

Con el aporte del PC cubano; del flamante presidente ecuatoriano, Lenín Moreno; de Álvaro García Linera, vicepresidente de Bolivia; de sectores del PT acorralados por la justicia, y del kirchnerismo, surgió un imaginativo plan de contraofensiva contra el imperialismo neoliberal. De acuerdo con los viejos postulados de José Carlos Mariátegui, se trataría de establecer una alianza de los trabajadores con los pueblos originarios de América del Sur, especialmente en las zonas andinas y selváticas. Impulsarían así un polo incaico-marxista en la región para abandonar toda frivolidad republicana, que conciben como una rémora del viejo colonialismo español, reencarnado hoy en Estados Unidos. Ése fue el exitoso plan de Evo Morales y de Correa y es la cuerda sobre la cual quiere hacer pie Maduro. Conforme con este programa continental, hoy Milagro Sala contaría no sólo con el aval de los dirigentes regionales más rebeldes y los rosarios papales, sino también con sus pergaminos de líder de los pueblos originarios. Esta caracterización es la que compró la CIDH al pedir su excarcelación, conmovida por la figura de una presa política morena, "pobre" y segregada.

La consigna "Liberen a Milagro" sería la punta de lanza del plan que consistiría en una suerte de 17 de Octubre continental, una pueblada en todas las capitales de América latina que muestre la vitalidad de la Revolución, con la presencia en un acto multitudinario de Evo Morales, Lenín Moreno, Correa, Lula, Raúl Castro, Daniel Ortega y Cristina Kirchner, quien "abdicaría" públicamente a favor de Milagro para facilitarle la llegada al poder en 2019. O antes. Con elecciones o sin ellas. Como en Venezuela. La carta al pueblo venezolano que acaba de redactar Sala sería el manifiesto de este nuevo movimiento.

No corra, querido lector. Esta idea delirante no tiene ningún viso de realidad. Es sólo la fabulación de un escritor para demostrar que hasta la ocurrencia más absurda puede ser verosímil en este país. De hecho, no es del todo original. Está compuesta por retazos de la historia y noticias del presente. La idea del restablecimiento de un imperio incaico fue sostenida por José de San Martín y Manuel Belgrano. Tan variados, lábiles e impredecibles eran los proyectos que antes de imaginar un emperador inca Belgrano y Rivadavia habían viajado a Inglaterra para buscar un rey europeo que gobernara nuestro país. A la luz de estos hechos, la idea anterior no parece descabellada. La política argentina siempre fue imprevisible: el mismo Rivadavia que salió en busca de un monarca terminó siendo el primer presidente de una república.

El futuro es un enigma. En estos días de encuestas, pronósticos que varían minuto a minuto, apuestas de inversores, empresarios que se comen las uñas, analistas que quieren explicarle a la opinión pública lo que ellos mismos ignoran, en medio de esta incertidumbre general, el Gobierno no colabora con la previsibilidad. Cometió el imperdonable error de colocar a Cristina en el centro de la escena. Hoy nadie piensa en Esteban Bullrich (de hecho, muy pocos saben quién es) ni en Massa ni en Randazzo ni en los cientos de candidatos que se presentan en estas PASO. Todos se concentran en Cristina. Se vota por ella o en contra de ella. Lo consiguió una vez más.

Tal vez para morigerar la angustia, muchos quieren convencerse de que Cristina está en las mismas condiciones que Carlos Menem antes de que el riojano desertara de la segunda vuelta contra Néstor Kirchner en 2003. Es posible. Pero quién se atrevería a afirmar que la historia se repetirá de la misma exacta manera. Hay que atravesar tres eternidades para develar ese misterio: la que nos separa de las elecciones primarias, luego, las legislativas y, por último, muy lejos, las generales de 2019. ¿Habrá que vivir hasta entonces con el corazón en la boca? No es vida. Nadie eligió este calvario. Durán Barba quiso ocultar la herencia para darnos unos meses de felicidad y nos dejó cuatro años de zozobra.

La mayoría de los presidentes argentinos no parecían destinados a serlo. Perón era un militar que no sólo carecía de los títulos para ser presidente: no tenía abolengo siquiera para llegar a ser oficial. Por sus venas corría sangre india, su padre no lo reconoció y su madre era soltera en la época en la que los oficiales del ejército debían tener sangre azul y paladar negro. Perón volvió de la muerte política una y otra vez. La primera vez que lo dieron por muerto fue cuando lo encarcelaron en la isla Martín García. Desde el 17 de octubre de 1945 jamás dejó de resucitar, aun sepultado. Paradojas de la historia: Perón nació a la política escoltando al general Uriburu en el estribo del auto con el que llegó a la Casa Rosada, mediante el derrocamiento de un presidente constitucional. Fue uno de los cerebros del GOU, artífice del golpe militar de 1943, y vicepresidente de facto. Pero nada impidió que pudiera participar en elecciones libres. Ventajas que otorga la democracia, incluso a los que no creen en ella.

Tal vez la presidente menos esperada de la historia haya sido María Estela Martínez de Perón. Ignota bailarina exótica en la compañía de Joe Herald en un cabaret de Panamá, aficionada al espiritismo, carente de cualquier interés en la política, el azar la puso en la fórmula presidencial Perón-Perón y, mal que le pese a Cristina, "Isabelita" fue la primera mujer en alcanzar la presidencia, gracias a la voluntad popular y la muerte de su esposo, con el 62% de los votos.

Los argentinos no somos originales ni siquiera en imprevisibilidad. ¿Quién conocía a Obama meses antes de que fuera presidente de Estados Unidos? Su nombre remitía al de Osama ben Laden, el mayor enemigo de George Bush. ¿Quién podía vaticinar que Donald Trump, ese personaje bufonesco de pelo anaranjado que hasta hace poco veíamos en TV, llegaría adonde llegó? ¿Quién hubiera dicho que Angela Merkel, una mujer formada en la Alemania comunista, sería quien condujera la economía capitalista más poderosa de Europa? ¿Quién hubiese apostado una moneda al flamante presidente de Francia, el desconocido Emmanuel Macron?

Al contrario de los presidentes que llegaron de manera inesperada, están aquellos que parecían tener todo para serlo y jamás lo lograron. Y los que se prepararon toda su vida para la presidencia y, cuando la alcanzaron, se convirtieron en su propia caricatura, como Fernando de la Rúa. La política es la más impredecible de las ciencias. Es posible calcular la trayectoria de un asteroide y torcer su rumbo con un misil. Pero todavía es imposible torcer la insondable voluntad popular. Ahí vamos a las urnas, atrapados por la eterna antinomia peronismo-antiperonismo que el Gobierno decidió actualizar en la antítesis cristinismo-anticristinismo. Cara o ceca.